19 de junio de 2012

Sánchez Abreu: licencia para reprimir

REPRESOR PRIISTA, NUNCA FUE CASTIGADO...LO PREMIARON CON OTRO PUESTO...
Roberto Morales Ayala
Juan de Dios Sánchez Abreu, efímero director de Política Regional de Secretaría de Gobierno de Veracruz, ingresó de la peor manera a la historia política del Veracruz reciente, de la mano de la infamia, del abuso de autoridad, del atropello a la ley y del agravio a la sociedad.
 
Se hizo sentir en el evento peñista de Córdoba, el 12 de mayo, cuando un grupo de vándalos, identificados como integrantes de Juventud Dinámica (las iniciales del gobernador en turno, Javier Duarte), un comando de halcones del régimen duartista, porros asalariados del PRI, agredió a un puñado de jóvenes que de manera pacífica expresaban su repudio al candidato priísta Enrique Peña Nieto.
 
Fue una agresión directa, premeditada, alevosa, perpetrada por tipos de aspecto militar, —el corte de cabello a casquete, movimientos entrenados—, arremetieron contra adolescentes vestidos de negro que portaban letreros en que enfatizaban la inutilidad de un voto comprado, sentados estos en la banqueta a unas calles de donde se realizaría el evento priísta.
 
La agresión fue registrada en cámaras fotográficas y de video, observada por ciudadanos que vieron cómo los halcones de Duarte asestaban golpes en los rostros de jóvenes, varones y mujeres; unos portaban tubos en las manos; otros atacaban a puntapiés; todos en grupo, amparados en la cobardía.
 
Agredieron y no sólo eso. Apoyados por la policía municipal, estos sí uniformados, detuvieron a los antipeñistas como si ellos hubieran iniciado el ataque y encarcelaron a dos de ellos.

No transcurrieron muchos minutos cuando se indentificó al autor intelectual de la agresión: Juan de Dios Sánchez Abreu.

En diversos videos, subidos de inmediato a internet, al portal Youtube.com, apareció la figura regordeta del ex dirigente del PRI en Coatzacoalcos, ex secretario de Organización del comité estatal priísta y hasta ese momento director de Política Regional de la Secretaría de Gobierno de Veracruz.
 
En el primero se le veía con playera roja, distintiva del PRI, cuando un joven estudiante de la UNAM intentó entrevistarlo. Le preguntó por qué había ordenado el acto represivo. Sánchez Abreu, rostro descompuesto, se negó con voz altanera a responder. No tenía por qué constestar ninguna pregunta, decía. “Usted es estudiante”, se justificaba. No alcanzaba a concluir su argumento cuando intentó arrebatarle la cámara a su interlocutor. En la imagen se aprecia el forcejeo.

Otro video lo muestra con ropa diferente, playera azul-verde, evidente que se había cambiado para encubrir su participación en el mitin. Sánchez Abreu intentaba sofocar la ira de los jóvenes agredidos. Se presentó entonces, ya no como priísta sino como funcionario de gobierno. Escuchó los reclamos y la intención de que se le diera trámite a una denuncia. Volvió al tono cortante. Es un evento de un partido político y ellos tienen el lugar, decía.
 
Horas más tarde, Juan de Dios Sánchez Abreu era exhibido en las redes sociales, villano represor de jóvenes antipeñistas.
 
Y poco después había sido cesado como director de Política Regional, un cargo que exige conciliación, mesura, respeto, tacto, talento, las virtudes que no se le dieron a Sánchez Abreu.
 
En un recuento del triste episodio de Córdoba –el regreso de la represión política—, municipio gobernado por otro intolerante priísta, el ex procurador de Veracruz, Francisco Portilla Bonilla, se puede advertir la naturaleza de personajes como Juan de Dios Sánchez Abreu, misionero del vandalismo y del ataque a ciudadanos indefensos, cuya función real no es, no fue, encauzar los conflictos hacia vías de solución sino aplastarlos con el peso del poder.
 
Sánchez Abreu representa el peor rostro de la represión política, habilitado siempre para someter por la fuerza, amedrentar, cerrar la puerta al diálogo o simular que con diálogo se puede atender los reclamos de la sociedad.

Como él, hay otros. Gerardo Buganza, secretario de Gobierno de Veracruz, tiene en su haber desaciertos, desatinos, incapacidad, mientras los problemas de gobernabilidad crecen a pasos agigantados.

Unos más, como Erick Lagos Hernández, ex diputado local fidelista, ex subsecretario de gobierno en el actual gobierno, y ahora líder del PRI en Veracruz, figura en expedientes judiciales, presunto enlace del régimen que encabezó Fidel Herrera Beltrán con los zetas, según reveló el sicario que responde al alias de El Lucky.

Sánchez Abreu salió del gobierno de Veracruz por la puerta trasera, acusado de represión. Su renuncia, sin embargo, es la respuesta inadecuada, insuficiente, de un gobierno que no atina a mantener el estado de derecho. Dejarlo ir sin enfrentar la ley, termina siendo un acto de impunidad; equivale a delinquir sin consecuencia alguna; es violar la ley sin recbir castigo.

Sánchez Abreu y sus porros de Córdoba, la Juventud Dinámica de Javier Duarte, no sólo merecen el repudio de la sociedad. Se requieren, se exigen, acciones legales; abrir investigaciones ministeriales; consignarlos ante un juez, y que se les sentencie por la agresión a jóvenes cuyo único pecado fue manifestar su repudio a Peña Nieto, en uso de su garantía constitucional de libertad de expresión.


La renuncia de Sánchez Abreu representa, también, la aceptación tácita del gobierno de Veracruz, aceptación de culpa, aceptación de que su operador orquestó un acto de represión política a la vista de todos, en un evento del candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto.
 
Dejar pasar este condenable suceso, sería provocar nuevos hechos de violencia contra los adversarios del PRI.
 
¿O acaso esa es la intención?

Roberto Morales Ayala

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