26 de septiembre de 2012

POLICÍA INFILTRADA POR LA DELINCUENCIA ORGANIZADA Y UN GOBIERNO QUE MIENTE...EN VERACRUZ.


…..Y siguen infiltrados/ Zona Franca

ROBERTO MORALES AYALA
Veracruz tiene dos problemas: una policía infiltrada por el crimen organizado y un gobierno que miente, que encubre y que solapa los vínculos de sus guardianes del orden con el narcotráfico.

La mala nueva es que 35 policías, adscritos a la Secretaría de Seguridad Pública de Veracruz, fueron aprehendidos por la Marina-Armada de México a petición de la Procuraduría General de la República por presuntos nexos con el grupo delictivo de Los Zetas.

Dieciséis de ellos fueron detenidos en los límites de San Luis Potosí y Veracruz, y los otros 19 en Xalapa, la capital del estado. En el grupo figuran cuatro mujeres. Se les acusa de operar para los malosos, transgrediendo la ley y faltando a la ética y a su compromiso como servidores públicos.

Una vez capturados, el sábado 22, se les trasladó a la ciudad de México y fueron puestos en manos de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada. De ahí, serán consignados a un juez, el cual les iniciará proceso penal.

Este hecho es extremadamente revelador. Pone en tela de duda los controles de confianza, la farsa del examen antidoping y exhibe a las corporaciones como entes indignos de ser vistos como garantes de la seguridad de los veracruzanos.

Desnuda, también, al gobierno de Veracruz que de labios hacia fuera dice combatir la corrupción y en los hechos mantiene y sostiene una policía que trata, opera, alerta y protege a las bandas del narcotráfico y concretamente a Los Zetas.

Lo que ocurre es para reír, y quizá, para llorar. Cuando Javier Duarte de Ochoa llegó al poder, su primera acción relevante fue entregar la seguridad de Veracruz al gobierno federal.

Reconocía su incapacidad para enfrentar el problema del narcotráfico y los delitos que de él derivan: levantones, extorsión, secuestro, asesinato, trata de personas, y optó por buscar un salvavidas. Así llegó el operativo Veracruz Seguro, que implicó un despliegue en fuerzas del Ejército y la Marina en el puerto de Veracruz y Boca del Río, luego en Xalapa y ahora en diversas regiones, territorios facturados a Los Zetas desde el régimen del ex gobernador Fidel Herrera Beltrán.

El gobierno de Veracruz, en correspondencia, anunciaba la depuración de los cuerpos policíacos. Desmanteló la policía y Tránsito en Xalapa y liquidó a los elementos de la intermunicipal de Veracruz-Boca del Río. Festinó que los controles de confianza y los exámenes antidoping servirían para tener una mejor policía.

A fin de cuentas, todo fue una mentira. Su policía sigue siendo corrupta, informante del narco, operando para el crimen organizado, filtrando detalles de operativos, alertando del paso de patrullas militares.

Lo que invirtió en las pruebas antidoping para identificar a quienes consumen droga, fue dinero —cientos de miles de pesos o millones— tirados a la basura. Los exámenes de confianza fueron una pantalla para mantener en la nómina de la policía a elementos que se entendían —y muchos de ellos, por supuesto, aún se entienden— con el narco y que forman parte de su estructura delictiva.

Mucho se ha dicho que la certificación policíaca avanza y que eso dará certidumbre a los cuerpos de seguridad. Los hechos, sin embargo, demuestran lo contrario. Las policías de Veracruz son tan o más corruptas que antes y sus nexos con el crimen organizado se mantienen intactos.

La aprehensión de 35 elementos pone nuevamente en la vitrina de los escándalos al gobernador Javier Duarte, cuya política de seguridad se ve atrapada una vez más en las contradicciones entre el discurso del autoelogio y la terrible realidad.

El gobierno de Duarte es pésimo para justificar errores y peor para explicar desventuras. En ese departamento también padece un déficit solvencia moral y, sobre todo, de credibilidad para convencer a la sociedad de que se actuó a tiempo y se actuó bien. Siempre escoge al peor del equipo, al menos idóneo.

Él es Gerardo Buganza Salmerón, el secretario de gobierno, que esta vez no tenía nada, aboslutamente nada qué decir. De lado, evadiendo el bulto, sin admitir que el tema es la implicación de 35 elementos de Seguridad Pública con Los Zetas, el número dos habló en abstracto y de todo menos de lo que debió ser en la mejor parodia cantinflesca.

Dijo que el gobierno de Veracruz se comprometió a garantizar una “policía digna y confiable”, por lo que “no existen espacios para la impunidad”. Destacó que el objetivo es “que los cuerpos policiales estén al servicio de la ciudadanía”.

Buganza es, además de incongruente, sumamente hilarante. Provoca risa. Mientras la Marina les pescaba 35 policías veracruzanos enredados con el narco, el secretario de Gobierno intentaba convencer que los programas de formación en materia de seguridad cumplían el objetivo de proteger a la sociedad.

Gerardo Buganza ha sido siempre así. Le falta intuición, olfato y carece de sexto sentido. Al inicio del gobierno de Javier Duarte, fue desdeñoso con los periodistas que le expresaron su recelo con la seguridad para ejercer su profesión. Les dijo que no disponía de elementos para cuidar prensa. Se los dijo y luego sonrió, como es su costumbre.

Meses después, cuando el columnista del diario Notiver, Miguel Angel López Velasco, Milo Vela, y su familia, así como la reportera Yolanda Ordaz de la Cruz, fueron asesinados, muchos recordaron el desenfado con que Buganza le negó protección a los periodistas que vivían amenazados.

Después vendrían otros crímenes y él continuaría con su sonrisa burlona, mientras al gobernador Duarte se le venía el mundo encima.

De nada le han servido los años que ha militado en política. Buganza gusta de rechazar una buena relación con la prensa y como encargado de los temas de seguridad, cárceles, el operativo Veracruz Seguro y la política interna de Veracruz, ha carecido de información precisa para evitar los escándalos que han agobiado al gobernador Duarte, su jefe.

La más reciente se dio con el exilio en Francia del periodista Andrés Timoteo Morales, autor de la columna Texto Irreverente, que publicaba en el diario Notiver, a la par de ser corresponsal del periódico capitalino La Jornada, quien salió de Veracruz, no amparado por el gobierno del estado, sino gracias a organizaciones de periodistas que lo sacaron del estado subrepticiamente.

Andrés Timoteo había recibido amenazas de muerte desde que su amiga, Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso, fue asesinada en Xalapa. Varias veces le allanaron su domicilio y le robaron objetos de trabajo. Es un feroz crítico del gobernador Javier Duarte de Ochoa y de su vocera, María Gina Domínguez Colío, a quien apoda Mano de Metate. A ambos los acusaba de mantener un constante hostigamiento contra los periodistas.

Gerardo Buganza no olfateó este nuevo escándalo, que ahora, con el exilio de Andrés Timoteo en Francia, y su solicitud de asilo, saca a la luz que son 16 periodistas que han dejado suelo veracruzano por las amenazas de muerte y la incapacidad del gobierno estatal a garantizar su integridad.

Sumamente limitado, el secretario Buganza sólo ha servido para el ridículo, lo mismo en la salvaguarda de los periodistas que en la explicación de por qué 35 policías fueron aprehendidos por la Marina por corruptos y por cómplices de Los Zetas, cuando supuestamente el gobierno de Veracruz invierte en exámenes de confiabilidad, pruebas antidoping y una formación ética y profesional de sus elementos de seguridad.

ENLACE: http://plumaslibres.com.mx/2012/09/26/y-siguen-infiltrados-zona-franca/

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