12 de febrero de 2013

EL CÓDIGO MACIEL


Un año después de que Joseph Ratzinger fue electo Papa, Reporte Indigo publicó este artículo donde se narra la salida de Marcial Maciel de Los Legionarios de Cristo que coincidió con el estreno de la película El Código DaVinci
 
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Viernes 19 de mayo, 2006.- Se estrena en todo el mundo El Código Da Vinci, una película basada en el controvertido libro de Dan Brown que somete a discusión algunos dogmas de fe de la Iglesia Católica y se villaniza al Opus Dei.
Viernes 19 de mayo, 2006.- El Vaticano emite un comunicado de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en el que invita al Padre Marcial Maciel, líder de los Legionarios de Cristo, a retirarse a una vida de oración y penitencia, renunciando a todo ministerio público.
¿Qué induce al Vaticano a tomar la decisión de sumarle el mismo día el conflicto del Padre Maciel al del Código Da Vinci?
A simple vista, se trata de una decisión inoportuna. Un conflicto de la Iglesia Católica sumado a otro conflicto de la Iglesia Católica. Demasiado para un día, sobre todo si en el caso del Padre Maciel se podía haber elegido otro momento menos conflictivo.
En el fondo, sin embargo, podría tratarse de una bien elaborada estrategia de equilibrios diseñada por quienes tienen en sus manos la política del Vaticano, y que buscaría dos propósitos.
El primero, equilibrar las fuerzas de quienes durante el papado de Juan Pablo II se encumbraron en la escena de la Santa Sede: el Opus Dei y los Legionarios de Cristo. ¿O quizás fortalecer alguna?
El segundo, apagar fuego con fuego. Aprovechar la distracción de la controvertida ficción de El Código Da Vinci para detonar y cerrar el doloroso capítulo del fundador de los Legionarios de Cristo. 
¿Dividir la atención para hacer un control de daños en ambos controvertidos casos? 
Descifremos las señales.
De los jesuitas, al Opus Dei y los Legionarios 
El Opus Dei y los Legionarios de Cristo tienen perfiles similares en la creación de sus órdenes. Los dos fueron impulsados por hombres de alta espiritualidad que se convirtieron en sus fundadores, guías y símbolos: José María Escrivá de Balaguer y Marcial Maciel.
Aunque con visiones y misiones distintas —el Opus Dei enfatizando el servicio de los laicos, y los Legionarios resguardándose en la evangelización de las élites— en ambos casos emplean la enseñanza como instrumento pastoral. El Opus Dei maneja 15 universidades, 11 escuelas de negocios y más de 200 escuelas primarias y secundarias; los Legionarios, 145 colegios, 21 institutos superiores y 9 universidades, ademas de 270 escuelas de fe en 39 sedes.
Pero la sorda rivalidad se acrecentó cuando en mayor o menor medida el Vaticano recurrió a los buenos oficios de ambas congregaciones, que con sus recursos y los de sus benefactores se convirtieron en factor clave para resolver las dificultades económicas del Banco Ambrosiano.
Agobiado por malos manejos financieros, el banco del Vaticano enfrentaba hacia finales de los 70 una de dos posibilidades: declarar su bancarrota, con el escándalo que ello significaría para el prestigio de la Iglesia Católica, o buscar recursos para solventar sus faltantes y mantenerse a flote.
Existen incluso versiones que ubican en el origen de esos recursos las dificultades de Juan Pablo I, quien habiéndose negado a recibir fondos de dudosa procedencia, habría terminado su efímero papado en una muerte de muy extrañas circunstancias.
El ascenso de Karol Woytila a la Santa Sede vino aparejado de buenos oficios de aquellos a quienes en su momento el Obispo de Cracovia había logrado sumar para financiar la entonces incipiente causa de Solidaridad, y con ello la liberación de Polonia.
El Opus Dei y los Legionarios de Cristo aparecían preponderantemente entre esos benefactores. De ahí que no fuera difícil sumarlos a la causa de rescatar las finanzas del Banco Ambrosiano.
El apoyo financiero recibió su recompensa terrenal.
Juan Pablo II le concedió al Opus Dei la prelatura perso- nal, en un gesto interpretado como un juego de equilibrios para desplazar del Vaticano los últimos vestigios de los jesuitas que respaldaban la Teoría de la Liberación.
Los Legionarios —nacidos tres lustros después que el Opus Dei— recibieron las llaves de acceso al Vaticano en un gesto reservado sólo para aquellos muy cercanos al corazón de Su Santidad.
Estas acciones de Juan Pablo II no significaban el simple pago de la factura al favor recibido por el rescate bancario. Constituían al mismo tiempo el sello personal del prelado polaco y una modificación de los ejes de poder dentro de la Santa Sede.
No hay que olvidar de que durante el pontificado de su antecesor Paulo VI —Juan Pablo I sólo duró 33 días con el báculo— la influencia más poderosa era ejercida por la congregación de los jesuitas a través del Superior General de la Compañía de Jesús, Peter Hans Kolvenbach, mejor conocido como El Papa Negro.
Juan Pablo II no tenía especial relación con los jesuitas. De hecho era distante de sus prácticas. Conocía de lo liberal y progresista de sus ideas y, habiendo padecido Karol Woytila los hielos del comunismo polaco, terminó por retirar al influyente Papa Negro del Vaticano y con ello alejar las sombras de la Teología de la Liberación.
Pero desde el momento en que el Opus Dei y los Legionarios se convirtieron en dos congregaciones influyentes y claves en la política vaticana, los juegos de la sucesión papal comenzaron a tejer sus redes.
El Opus Dei encontró en un cardenal, el alemán Joseph Alois Ratzinger, el mejor aliado para sus causas con el Santo Padre.
Los Legionarios de Cristo, por su parte, vieron en otro cardenal, el italiano Angelo Sodano, al benefactor para su causa.
Y aunque ambos eran cardenales y los dos muy cercanos a los afectos, al respeto y al oído de Juan Pablo II, existían consideraciones que le daban a cada cual su valor dentro de los muros vaticanos.

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